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Marketing
The magic bullet
Mario Vilaró. Sobre el marketing en microbiología
Microbiólogo clínico. Jefe del laboratorio
de Microbiología del Hospital Privado y la industria farmacéutica
Universitario de Córdoba.
El marketing, mercadotecnia en castellano, es el conjunto de
18 INFORME ALAC / Año XX / Nº 1 / 2015 principios y prácticas que buscan el aumento del comercio,
especialmente de la demanda. También es el estudio de los
procedimientos y recursos tendientes a este fin. Sin ser ex-
pertos, ni mucho menos, todos sabemos de qué se trata; y
en gran medida, muchas veces sin saberlo, lo padecemos y
formamos parte de él. ¿Cuántas veces hemos sido víctimas
de alguna estrategia de marketing? Y, ¿cuántas veces hemos
caído en su trampa y no lo hemos notado? Por más inocentes
que podamos ser, cada vez que compramos algo, tenemos
la sensación de haber sido presas de algún tipo de táctica
para hacernos creer que lo que íbamos a comprar era mucho
mejor y mucho más necesario de lo que realmente terminó
siendo. Y la cosa es más o menos así. Sin pensar de manera
conspirativa, podemos ver que todo está influenciado por di-
ferentes estrategias que apuntan a convencernos de comprar
cada vez más cosas que no son imprescindibles. El marketing
ha extendido sus redes a casi todos los aspectos de nuestra
vida, incluso a ciertos terrenos en los que puede parecer poco
posible que sea así.
Viviane Mahler, en su libro Las trampas del marketing, nos dice:
“Los departamentos de marketing de las grandes multinacio-
nales no dejan de inventar nuevos modos de obtener su obje-
tivo supremo: conseguir que compremos”.
La pregunta a formularse es si el marketing también al-
canza a la ciencia, y a la microbiología en particular.
A principios del siglo XX, la sífilis representaba uno de los prin-
cipales problemas de salud en el viejo continente. Por esos
años, se estimaba que diez por ciento de los habitantes de
los centros urbanos con más de quinientos mil habitantes
estaban infectados. En París, solamente, la sífilis causaba
unas tres mil muertes anuales. Hasta ese momento no existía
tratamiento efectivo contra la enfermedad. Dado el contexto
epidemiológico de la época, un sifilítico era condenado social
y moralmente, y debía, las más de las veces, padecer en si-
lencio ocultando la pesada carga de un mal despreciado por
la sociedad.
Fue Paul Ehrlich, en 1909, quien desarrolla el salvarsán como
tratamiento para la sífilis. Se trataba de un derivado del arsé-
nico (arsenamina o arsfenamina). En su origen, el compuesto
había sido desarrollado por Pierre Bechamp, en 1863, y surgió
de la reacción entre el arsénico y la anilina. La nueva fórmula
resultó menos tóxica que el arsénico inorgánico, y se lo bau-
tizó bajo el nombre de Atoxyl. En 1905, Thomas publicó un
artículo en el que mostró que el compuesto de Bechamp era
útil para el tratamiento de la llamada enfermedad del sueño,
por esos años, la principal causa de muerte en África. Ehrlich
tomó la idea y se embarcó en el ensayo de diferentes com-
puestos afines al Atoxyl. El que mejor respondió a sus expec-
tativas fue el preparado llamado 606.
Para demostrar su eficacia clínica, Ehrlich empleó conejos
infectados con Treponema pallidum, y tras varias series de
ensayos comprobó que luego del tratamiento habían desa-
parecido los signos de enfermedad en los animales. Entu-
siasmado, aunque cauteloso, se contactó con la compañía
alemana Farbwerke-Hoechst, especialista en la fabricación de